lunes, 20 de abril de 2009

¿Puedes...?







Puedes dejar que cada impulso irracional te domine,
y caminar sobre una jungla de malas intenciones.
Puedes abrazarte a las incógnitas del destino,
besar a la muerte, y ver fluir río abajo toda tu historia.


Puedes hacer que esta energía se dispare en todas direcciones,
que tiña de naranja el cielo y encienda el fuego de cada pecho.
Puedes intentar, si quieres, escalar los hilos
que están sujetos a tus arterias, hasta el gran titiritero
y observar en la inmensidad toda esta gran comedia.


Puedes llamarlo poesía, y perderte en los huecos
que quedan entre verso y verso, en los silencios,
olvidar el verbo que selló mis labios, perder las palabras
y romper con las normas que un corazón jamás entendería.


Puedes arrancarme la ropa, desechar la poca humanidad
que queda detrás de mis ojos,
y hacer que la bestia que vive en mi interior solo sepa rugir tu nombre
en el crepúsculo de su final.



Yo ya no puedo hacer nada,
no puedo comprender, ni actuar, ni escribir más réquiem
a sombras incorpóreas,
no puedo encontrar mi contorno desnudo tras las palabras
que se fueron desvelando detrás del vaho de la ducha.


Yo puedo sentarme, mirar hacía abajo y sonreír.
Asumir la derrota mientras se apagan las luces.
Quedarme quieta en el equilibrio de mis emociones,
atar a la bestia hasta el final de la escena.


domingo, 5 de abril de 2009

5 de abril, 2009









Si aquí hubiera mar, me sentaría en cualquier orilla olvidada a esperar a que se terminara el tiempo de la forma menos metafórica posible. Siempre he necesitado de una dosis de soledad diaria que me recuerde que la vida no se precipita a toda velocidad acantilado abajo, como muchas veces he creído entender. Y en seguida me refugio en esa manta de palabras, de sensaciones, de personas, cuando definitivamente me pierdo en un horizonte figurado. Busco entre la música cualquier nueva emoción, son parte de cada momento, y hasta la más profunda quietud en mi vida lleva banda sonora. A veces me gustaría gritar, simplemente, y ser ese retrato desconocido que muchas veces dibujo en mi cabeza. Poder decir que he olvidado, porque alguna vez el recuerdo me ardió en el alma.
Me miro al espejo y la chica del otro lado me pregunta quién soy. Muevo las cejas, abro la boca; “no, no consigo llegar hasta el fondo de tu mirada” Sin embargo puedo coincidir con ella en que una vez escuchamos esa voz pidiéndonos que habláramos... desde entonces llevo toda mi vida con la absurda sensación de que tengo algo que decir. Pero no hay mensaje, ni un receptor esperándome al otro lado de la línea.
Cruzo túneles dentro de mi cabeza y cierro los ojos cuando llega la luz. A veces es agradable que este drama se derrame poco a poco y me sumerja en la tristeza. A veces, soy capaz de reír hasta sentir que he gastado todo lo de dentro. Sí, es agradable poder tomarse las cosas con calma, aunque ahora mismo escribiría en rojo un nombre en las paredes, rompería cristales, tomaría conciencia de la humanidad salvaje y después lloraría como un niño pequeño en cualquier rincón de mi solitaria habitación.
Sí, creo que dejaría de lado eso de que todo es unidad, y abrazaría cada muñeco, me apropiaría de cada libro de este cuarto, llamaría mías a mis prendas, escribiría una carta donde solo apareciera un te quiero y al fin me arrepentiría de todas las palabras que dejé caer, que se quedaron pegadas a mis labios hasta la podredumbre.








Se arrodilla el fantasma de los hechos,
me postro ante él, caballero de armadura oxidada
y sin pasado. Me postro ante la vida.
Ignorante, ilusa;
ya se que no volverás. No importa.
Las nubes de algodón seguirán siendo dulces,
y las sonrisas seguirán robándome segundos.