viernes, 24 de julio de 2009

Caos, dulce caos...

Creo que el extremo a veces consiste en mantenerse en la linea que separa los dos lados. Y es terriblemente tóxico.
Por eso a veces me gusta resbalar, hacer como que pierdo el equilibrio y caer en la nube del desconcierto.
Sin embargo, ojalá tuviera la fuerza necesaria algunas ocasiones para hacer un salto del angel al vacio, con los ojos cerrados y las manos abiertas.
Sí, quien no ha deseado alguna vez poder perderse en la locura de unos instantes o unos años, si fuera necesario. ¿Quien no desea morir saciando esa curiosidad anhelante que nos atrae a la ruleta rusa de la completa inseguridad?
Yo, me considero pecadora.
En pensamiento, en palabra, y en acción.





Hoy acompaño la entrada con un poema... si, a veces me gusta ser un poco masoca y revolver en mis recuerdos. Por suerte aún no he perdido la llave del baúl.



Dulce y salvaje caos,
fue lo que encontré entre tus brazos.
Salvajes, como tus labios.
El inicio de un final,
y el descontrol.

Odio esta pacífica tristeza,
esta tregua con mi alma.
Odio estar a medias, romper poemas,
tachar palabras que se queden cortas.

Creo... creo que por eso dejé de escribir.

Todo ha quedado en un maldito limbo,
mis manos, atadas, mi boca cobarde,
tus pasos alejandose sin retorno.

Todo lo que llego a recordar es una neblina
que a ratos se confunde con la propia realidad.
Y mi templo cae, lo siento,
recordé mis plegarias demasiado tarde
para poder volver a evocarte,
mi querido demonio.

Todo, todo,
el terrible pasillo que se abre delante de mi,
y yo no se acostumbrarme a esta paz.
No se ser más humana, se olfatear tus huellas,
y mirar paciente como cae la luna.

Las fieras, realmente, no entendemos
de otro tipo de emociones.
Los guerreros, realmente, no sabemos
vivir después de la batalla.

No hay canciones,
no hay medallas.
Queda mi corazón latiendo a cámara lenta,
y manchas en las paredes,
quedan recuerdos fosilizados.
Piedras oscuras que un día fueron lava rio abajo,
el final del pasillo sin retorno del caos.

jueves, 16 de julio de 2009

Sensación de vértigo

No se en qué momento trepé a este edificio,
ni en qué escalón dejé de mirar hacía abajo.

Y no es que nunca me arrepienta. Y no es que nunca lo haya intentado...

Vi a aquella mujer que se alejaba con sus tacones negros,
y no fui capaz de sujetar su hombro
y decirle que ya estaba en ella.

No fui capaz de abrazar en silencio aquel poeta callejero.

20 pisos por encima de mis principios,
qué elegante forma de llamar al suicidio,
20 pisos en el edificio de mi vida,
descendiendo a toda velocidad.

Anudadas las neuronas,
anuladas las pasiones,
canciones que forman metas,
que fui perdiendo como monedas
por estos escalones.

¿Por qué gritais, si nadie escucha?
¿Por qué nunca intentasteis escuchar...?

Y aguanto las arcadas, esta maldita sensación de vértigo.
En susurros se escucha el mayor de los lamentos,
aquí, dentro de tu cabeza.

No me arrepiento de estar en lo alto del edificio, sea cual sea el camino siguiente.
Sonrie, Ángela... nadie está mirando.
No hay víctimas en este teatro,
no, nadie está consciente.

sábado, 4 de julio de 2009

Miro hacía atrás





Miro hacia atrás, desnuda,
y los sabores se derriten en mi paladar desgastado,
y observo el pasado como una pelicula
en blanco y negro.

Miro hacía atrás esta noche,
y los recuerdos se prostituyen y se disfrazan,
y solo dejan el olor de la experiencia,
fotografías plastificadas.

Miro al horizonte de las vivencias,
y creo sentir pieles sin nombre,
y emociones concentradas en un vaso
de ese fragil cristal.

Intento detener esta fugacidad
que voraz devora todos los colores.
Solo queda el cariño intentando
camuflar sentimientos que solo son
polvo en mis bolsillos.

Miro hacía atrás y sonrio...
malditas estas manecillas,
que me hacen recordar con gracia
lo que ayer me robaba la vida.