viernes, 24 de agosto de 2012

No parece el río moverse,
hasta que los pétalos comienzan su danza
en la quietud de la superficie.
Ni el río mi vida en sus corrientes agitadas,
ni la mirada maestra de un gato en la orilla.

Esperamos tarde al consejo,
y el mar se abre causando vértigo.
Pero el agua conoce su llegada y su retorno.
Y el agua, que soy yo, no espera comprender
lo que siempre supo.

El ser que intuí aquella noche
creaba ondas en la pálida transparencia,
y los círculos me buscaban en un abrazo.

Al despertar, volvemos a fluir
entre los riscos de los años.
Y algo me susurra si me acerco al acantilado:
 Que sólo el mar conoce a la tormenta.