viernes, 12 de noviembre de 2010

El escenario se queda a oscuras. Un foco de color blanco ilumina lo que debería ser una forma humana (al menos eso indican las pisadas sobre el suelo de madera). Alrededor sólo quedan los rastros de la ansiedad envolvente de las sombras. Y el hombre que ha dejado de ser hombre camina en círculos, nervioso, inquieto, tenso, aburrido, dormido, apagado, tembloroso y cobarde, hipócrita, estúpido, ignorante, egoísta y ciego.
Quiere romper los ecos de su conciencia y dibuja una pared. Un escenario a oscuras delimitado por dos paredes de ladrillo, una televisión, una nevera llena. El hombre está tranquilo, aburrido, incómodo, enfadado, rabioso. Observa y decide: Rompe, insulta, destroza, condena, silencia, mata, censura, encadena, aniquila, ignora.
Hasta que no queden ni las huellas, y el escenario vuelva a ser a oscuras cuna de bellísimos interrogantes, sobrecogedores silencios, inspiradoras alturas. Libre de pasos anhelantes de autodestrucción.

Es increible que consigais arrancar las ganas de seguir escribiendo...

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