Sujeto ese segundero que expia,
por no alargar un adiós tan puro.
Y olvido el límite entre calma y asfixia.
Aún así las advertencias
continúan clavadas en estas paredes blancas.
En estos monitores blancos.
En esta tranquila desesperación incolora.
Y me gritan desde la habitación
millones de personas que murieron
hablando sin saber qué decían.
Millones de personas pidiendo un oído sediento.
No puedo abrazar a todas esas palabras...
Ignorantes se llenan de ruido
en este escondite del silencio.
Y el reloj sigue marcando
las once cuarenta y cinco.
El segundero muriendo estoicamente.
Y yo agazapada, con la idea de que este poema
jamás tuvo un presente.
1 comentario:
Precioso ^^
Deberías hacer más :)
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