domingo, 13 de noviembre de 2011

El caballero se inclina sobre su rodilla con elegancia
y la mira directamente a los ojos, es asqueroso,
pero están a punto de besarse.
Parece lodo, goteando de sus guantes plateados,
y su gesto se está derritiendo por la barbilla.
La sensación es la de un agujero negro dentro del pecho,
que se expande mientras se traga todo lo demás.
Sujeto mi cabeza con ambas manos, no quiero mirar,
y no puedo evitar entreabrir los dedos.
Un lado de mi boca se eleva creando la expresión del asco,
y algo en mí se queda solo y escribe en un muro “eres hielo”
Ilusa ilusa, qué haces, ¿no ves los colmillos del lobo?
Pero yo no tengo derecho a arrancar las ropas
del monstruo amado.
La está abrazando con sus pegajosas extremidades,
su aliento araña su rostro.
Mi máscara no engaña a la piel que hay debajo,
la nada se está tragando todo, el escenario está en tinieblas.
No hay un Archive que rescate y corro a detener la tragedia
antes de descubrir la tristeza abarcando el cielo.
Debajo de su capa las garras sujetando sus caderas,
sus piernas deformes pegándose a ella.
Un resplandor toma el nombre de la rabia,
y la espada atraviesa el cuerpo de la criatura despreciable.

Ha caído una capa vacía, jamás existió la criatura,
yo sujeto el arma convertida en hielo,
el agujero negro se llena de pánico, el suelo se encharca.
Y ella corre, corre lejos de mí.
Ahora mi piel es algo terrible que se derrite,
y mi cuerpo deformado me hace inclinarme con vergüenza.
La bestia del odio aprende de las lágrimas.

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