
Hay veces en las que me gustaría de verdad detener el tiempo. ¿Y a quién no le ha pasado?
Momentos en los que dices, "ahora, ahora estoy bien y creo que nadie puede robármelo", para más tarde maldecir aquella fugaz felicidad.
Ahora no es uno de esos momentos, pero sí que me gustaría que, por unos instantes, este terrible tiovivo dejara de dar vueltas, y pudiera apaciguar un poco todo lo que se me arremolina en la cabeza salvajemente.
A pesar de todo, hoy es un día lluvioso, y la lluvia es capaz de transformar en nostalgia la tristeza. Nos pone esa lente que suaviza todo lo malo y lo aplasta al fondo de nosotros mismos. La lluvia suele absorberme, el café helado que tengo sobre la mesa lo demuestra. También lo demuestra este arranque de prosa, a pesar de que ni nunca se me ha dado bien, ni nunca he sabido en condiciones, hablar sobre mí misma.
Quizás sea por el tiempo, como decía antes, o por dejar de repetirme una y otra vez la misma frase que últimamente ronda en mi cabeza, hoy tengo la necesidad más que nunca de sentarme ha hablar con cualquier desconocido, dejar que mi historia fluya y deje de cobrar importancia al ser recogida por aquel tercero. Supongo que todo llega, y que el tocar fondo solo es señal de que es momento de empezar a subir. Quién sabe. Ojalá pudiera creer en el futuro, tomarme en serio esas cartas, vivir de verdad los momentos, dejar de engañarme. Pero es complicado encontrar nuestro verdadero rumbo, y más aún, una vez conocido saber seguirlo, y aguantar con estoicismo una y otra vez todos esos golpes que nos esperan en el camino.
Pero esto, en fin, solo son palabras. Palabras que no pueden quedarse en mí, y por no tener otra opción, entrego a este folio que llamo desconocido. El fruto de unas horas rotas que mañana habré olvidado. Que el tiempo barrerá cuidadosamente y filtrará por los años. Unos puntos suspensivos en el transcurso de mi vida.