miércoles, 9 de junio de 2010

Me baño en este lago de sombras,
como un hogar secundario, la seguridad.
Recojo los cristales rotos que dejó una voz antigua,
latiendo dentro de mí, palabras, como burbujas,
subiendo hacia la superficie
para hacerme perder el hilo del poema.
La columna vertebral que sujeta esta tensión
imposible entre los verbos.

Escucho, el piano lento, las caricias
encadenandose dentro, me aturdo, dudo,
caigo en el humo de la inconsciencia.
En el lago de las sombras,
buscando mi cuerpo entre las corrientes
entre las voces, las miradas, los coros.
Me agacho ante tanto vacío.
Me inclino ante tanta ignorancia.


Necesito estos silencios, necesito realmente
descomponerme en metáforas, alcanzar el límite
como si fuera un simple eco más
en el desfiladero, en la caída, en la objetividad dulce
que otorga la oscuridad de la noche.
Fuera de ruidos, de eclipses en la comprensión
del segundo. De inflexiones absurdas a destiempo.

Huyo de la vida hacía la vida,
me embarco en el absurdo.
Me anudo, anido al lado de mi otro yo,
del otro lado. Al lado de la muerte
que se desenreda ante mis ojos.
Al lado de la certeza que se vierte
en la lluvia, afuera, en la lluvia.
Huyo a la desesperación del tono perdido,
y de los matices manchados de imperfección,
que no es otra cosa que la eterna misma poesía.

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