martes, 3 de agosto de 2010

Un hombre,
un hombre agazapado
en una esquina del cuarto.
Un hombre rodeado de tinieblas,
deliciosas tinieblas.
Un hombre que ha sacado
su demonio de dentro, su gran sombra,
y se aterra y se admira,
se queda vacío y se deja llevar,
se abandona y sonríe, se apiada
de sí mismo.

Y esa sombra tiene nombre,
posiblemente todo el nombre que aquel,
ese hombre, patético, insignificante,
pequeño y asustado le ha dado presa del miedo,
del miedo a sí mismo.
La sombra, la sombra cuyo nombre
despierta en aquel personaje sus deseos
más enterrados; no es más que
la sinceridad de la des-culturalización,
el grito desde el fondo,
y un ego arrancándose las pieles.

Y si el hombre lo comprende,
la mira a los ojos y se hunde en ella,
recuperará su propia voz.
Dirá: estoy preparado.
Y la sombra, inclinando el rostro
no buscará ocultar la sonrisa,
ni evitará el placer de ese
macabro impulso.

El trazo de sus labios dañará
al que desde el suelo lucha
contra sí mismo.
Y sus ojos, sus ojos pedirán la piel
del hombre, un rescate,
cambiará lo trivial de estar vivo,
por un poco de alguien, de algo,
que le hagan olvidar su propio nombre.

2 comentarios:

Mao dijo...

Qué delicia!

Violetcarsons dijo...

Pásate por mi blog, a ver qué te parece. El tuyo me gusta bastante, lo que pasa es que no sé de dónde saca la gente estas plantillas tan "chulis"...En fín, te sigo.

Vc.