miércoles, 26 de agosto de 2009

Nunca llegó a conocer el lugar del que provenía, ni tuvo la posibilidad de escuchar la voz de sus progenitores. Nació en medio del dolor, y su única protección fue aquella espada plateada que sostenía fuertemente en el momento en el que abrió los ojos por primera vez. Su llanto fue un aullido seco en mitad de una terrible tormenta desatándose en las orillas. El agua, la sal, y la arena, su cuna.
¿Por qué, si no sabía nada de su pasado, sentía con tanta fuerza aquella energía dentro de sí? conocía el camino a casa, o así lo creía ella, cuando corría como una bestia herida entre todas aquellas tinieblas.
Su única realidad era que a cada paso, el dolor de su pecho cesaba levemente, y su miedo se sosegaba. ¿Cual sería el final de todo aquel extraño camino?

Llegó a un claro en mitad de un bosque de altos árboles, y se detuvo en seco. Creía escuchar pasos a lo lejos, el enemigo. Agudizó el oído mientras sacaba lentamente la katana de su funda. El viento doblaba lo troncos, y un ave nocturna rompía el silencio sepulcral de aquella noche. Sus ojos anaranjados se entornaron para ver a lo lejos... sí, allí estaban, pequeñas formas iban acercándose desde lo lejos. Sintió ese escalofrío que tan bien conocía, la sensación previa a la batalla. Y sin vacilar salió corriendo al encuentro de sus enemigos.



Lejos, muy lejos de allí, una muchacha yacía tendida en el suelo de su habitación. El agujero en su pecho no dejaba de sangrar, manchando toda la envergadura del cuarto, lo que daba a sus largos cabellos rubios un tono naranja encendido. Desde arriba incluso daba la impresión de encontrarse en llamas.
En su mano derecha, fuertemente sujetos, se encontraban un pequeño revolver, y una pluma que vertía su contenido negro poco a poco.
En el escritorio, justo en frente de ella, se hallaba un lienzo con el dibujo de una mujer desnuda de espaldas, tendida en la playa en una noche de tormenta, y con dos enormes alas negras cubriendo todo su cuerpo...

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